Rencores
A veces me paro largo rato ante el espejo
A narrarme los cambios, a
Llorarme o a reírme encima,
A conocerme un poco más,
A escudriñarme.
A veces ya no estoy cansada de mí,
Sino que vuelvo a suscitarme una inquietante curiosidad,
Como si de repente fuese nueva,
Como si hubiese algo por descubrir.
Y me digo y me hago muecas,
O me bailo, me divierto
con mi torpeza que no varía con los años,
O me entristezco porque no puedo evitar
Verme un poco más gris cada día.
Y son los ojos
Los que me llevan directamente a ti.
No son las arrugas de asombrarme o reír
O de gesticular y de gritar:
No son las cuencas siempre algo hundidas,
Ni siquiera son esas
bolsitas infladas y genéticas.
Son los surcos, las erosiones
Por las que corrieron los ríos
Los de tu indiferencia,
Tus ausencias,
Tus retornos, tus chamullos,
Los desprecios, las agresiones,
Las promesas y las venganzas
Y finalmente esa culpa que me atribuyes.
Estos ojos que me gasto
No son míos:
No son los ojos que contemplaron lo hermoso y lo anodino,
De las noches de arena o las estrellas
Que siempre fugaces me obligan a abrirlos
Como si fuese la primera vez:
No son mis ojos cansados o maduros,
No son mis ojos,
Son tus ojos, los de aquel verano
Cuando decidí entregarme para siempre
A tus deseos:
Los mismos que una vida más tarde
Aún no han aprendido a dejar de llorar
Con tus descabelladas ironías,
con las lastimaduras que me vas lacerando
enumerando
luchas que jamás lideraste
y sin embargo logras con tal descaro defender.
Y mi boca y mis manos, y mis brazos
Y mi vientre que acogió nuestra entrega
Y mis piernas frágiles logran contenerse
Y hacer oídos sordos,
Mientras discurren otra vez
Esos ríos salados que aún se mueren
Ante lo despiadado de tu burda ignorancia.
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