Qué difícil es la sencillez
Mientras aprieta el tiempo
Y vuelan los pasados y también los
mañanas
Y hoy ya no vale para nada
eso que ayer defendimos con las
fauces tensas,
Yo me deleito en los detalles
imposibles.
Como un submundo dotado de una
dinámica
capacidad para la resurrección,
Inician un armónico desfile
Uno tras otro, con sus aires de
grandeza.
Me divierte su reivindicativo
orgullo,
Gritan su derecho a coexistir.
Traumatizados, no atinan a percibir
Su preeminencia.
Dan para mil vidas,
Dulces como el borde de una
carretera,
Apostados en los filos de las
grandes y las pequeñas
Historias.
Van llegando,
Tuyos tengo infinitos,
me quedo con los buenos.
Tengo historias para dar y vender
que sólo yo recuerdo:
El fardo inconsciente,
Unos labios gruesos tocando la
flauta japonesa,
El vals de Plapouta Street,
Un camión a la deriva,
Tu rostro al descubrirme,
Un barco atracando en Ithaki,
Una contraseña idiota,
advertencias innecesarias,
una bañera sucia,
un columpio en Heraclio,
tus ojos extraterrestres
y los suyos,
un trono de cartón pintado de
colores,
la palabra de más
y la de menos.
Cálidos y sin tiempo, me obligan
a sonreír, me obligan a recordar
su reinado de siglos que hoy ya se
volvió absurdo.
Y yo les dejo sitio, exagerando,
Con esta manía perpetua de
enaltecer a los que piden consuelo.
Un día
Los enterrarán bajo el olivo
Junto a lo que me quede aparte de
estos huesos.
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