Soliloquio


A veces muero de pura avaricia:
Quiero que todo se convierta en una euforia,
Sentir cómo me ardes,  sol matutino,
Sin que el calor de julio me encuentre jadeante,
Acumular risas en volteretas,
Congelar aquellos veinticinco años,
Que alguien me venere,
Que las sienes blancas se vuelvan invisibles:
A veces quiero que se cumpla
Lo que este maleficio niega siempre:
A veces anhelo enormemente haber sido amada
Y tener una sombra en la que descansar.
Se me enciende una aventurera jovencita
Que plantaba cara a las amenazas
Y se comía sin cerebro los días,
Paseando por el mundo como si el lobo nunca acechase,
Aun oliéndole las fauces en la piel sucia.
A veces trato de que no importen
Ni los monólogos siempre, ni los años;
No importan las palabras de otros,
Sólo el canto precoz antes del sueño,
Ese pájaro que me alienta, insistente.
Me debato, como amazona errante,
Entre lo radiante y la podredumbre,
Siempre a la espera de que vuelva el ardor.
Esta lucha que a veces desespera,
Este cansancio, este devenir
Inconfesado.
A veces quiero tanto ser una brújula
Aunque yo no sepa siquiera cómo hacer
Para que mis brazos descansen sin hundirse,
Ocultándome, siempre, como si navegase,
Como el explorador avergonzado
de su repentina sumisión a la costumbre.
A veces quisiera solamente una vida normal,
Sin tantos aspavientos, con menos soledades,
Con los sueños normales de cualquiera,
Cancelados los aires de grandeza,
Desvivido este amargo fracaso de  madurez.
A veces pienso que soy un mar profundo de palabras
Que se deleitan en desdecirse mutuamente,
Sólo para consuelo de terrores,
Sólo para propiciar  cierta  capacidad de abrazarme
Este abarrote de normalidad.



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